Queríamos compartir una anécdota que, aunque suele contarse con cierto aire romántico, tiene un sólido fundamento histórico y marcó un antes y un después en el mundo de las orquídeas.

En 1818, el británico William Cattley recibió un paquete desde Brasil. Estaba lleno de hojas secas usadas como relleno… pero entre ellas venía algo inesperado: un ejemplar vivo de orquídea. Cattley, apasionado por las plantas, la cultivó con esmero. Meses después, floreció por primera vez en Inglaterra una especie desconocida y espectacular: Cattleya labiata.

Cattley sabía que se trataba de algo especial y recurrió al joven botánico John Lindley, quien la describió científicamente y, en homenaje a su cultivador, la nombró Cattleya. Así nació formalmente este género que marcaría el inicio de una nueva era en el cultivo y estudio de las orquídeas.

Aunque la historia ha sido adornada con los años, los hechos centrales son ciertos: Cattleya labiata no solo despertó admiración, sino que también desencadenó una verdadera fiebre orquideológica en Europa. Una muestra de cómo una planta, en manos de un ojo atento y una mente curiosa, puede transformar para siempre nuestra relación con la biodiversidad.